jueves, 2 de febrero de 2012

Benito Quinquela Martín



El 21 de marzo de 1890, un niño de unas tres semanas es dejado en la Casa de Expósitos de Buenos Aires, con una nota que decía: ¨Este niño ha sido bautizado y se llama Benito Juan Martín¨ junto a él la mitad de un pañuelo bordado.

No fue reclamado y a los seis años lo adoptó el humilde matrimonio iletrado de un carbonero genovés y una entrerriana: Manuel Chinchella y Justina Molina criaron a Benito con amor responsable. Después de tres años de escuela primaria, debe dejar los estudios para ayudar en la carbonería, pero su sed de conocimientos continúa: a los dieciséis años ingresa a la Sociedad Unión de La Boca, donde por la noche aprende dibujo y pintura. Al mismo tiempo lee todo lo que puede. Desarrolla su intelecto y comprende que el paisaje que lo rodea se le hace carne, obsesión y sentido de su obra. En 1916 una revista le dedica un artículo, “El Carbonero”, donde se describe con admiración la pintura de ese joven humilde, de un barrio luchador. Después vendrán el primer comprador, el reconocimiento de artistas y funcionarios, exposiciones, viajes y sobre todo la confirmación de su estética.

Cuando cumplió veintinueve años cambió la grafía de su nombre debido a que le decían burlonamente "chinche" y los genoveses lo pronunciaban Quinquela, castellanizando el nombre de su padre adoptivo y usando uno de sus nombres de bautismo como apellido. Completó su formación autodidacta a través de lecturas: el libro "El Arte" del escultor francés Rodin lo llevó a dedicar su vida a la creación artística. Cuando cumple 20 años expone por primera vez y se le diagnostica un principio de tuberculosis, buscando los purificadores aires de Córdoba para curar su enfermedad. Allí realiza una serie de paisajes y a los seis meses retorna convencido que debe reflejar su ambiente, es decir pintar su aldea: el barrio de La Boca. Para sus detractores basta el dictamen del Museo del Louvre, que después de estudiar su estilo, lo califica “quinquelismo” por carecer de analogías para definirlo.


Los viajes a través de todo el mundo se suceden, sus cuadros pasan a formar parte del patrimonio de los museos, recibe homenajes y es distinguido por personalidades. Pero decide volver al puerto donde echará el ancla para siempre: La Boca .A partir de allí comenzará su obra filantrópica. Su condición de filántropo lo llevó a comprar los mejores terrenos para construir una escuela para mil niños, un lactario donde dieron alimento a los niños abandonados, una escuela de artes gráficas para que se especializaran los niños del barrio y un instituto odontológico modelo, además del Teatro de la Ribera. Murió en 1977 y su cuerpo fue depositado en el ataúd que él mismo pintó en 1958 de color amarillo limón, verde y azul suave. Un camión de los Bomberos Voluntarios de La Boca lo trasladó hasta el cementerio de la Chacarita.

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